Rebelión contra la ficción


Si intentamos enumerar las claves del universo que Irra ha expandido en sus obras, lo primero que nos puede suceder es que optemos por aferrarnos al fatalismo con el que nos pasa por encima. Sus personajes deambulan subyugados por el sufrimiento y el desamparo, y la violencia, física y soterrada, se erige como un elemento narrativo primordial. Si hilamos más fino y nos sumergimos en los subtextos, detectamos una potente identidad (sub)proletaria y un abrazo indisimulado al marxismo, pero no por una cuestión de militancia, sino por puro pragmatismo; tal y como señalaba Pier Paolo Pasolini, se trata de un eficaz instrumento de diagnóstico social.

Indagando más incisivamente, podremos reparar en la existencia de un hilo invisible que une inexorablemente todos sus cómics, de un modo explícito e implícito. Una idea que gira alrededor del poder transformador de la ficción, pero en una vertiente bastante pesimista. La premisa es sencilla: las ficciones nos condicionan y determinan de un modo que igual ni hemos reparado. Hace poco más de una década, en una de sus últimas visitas a España, Robert Crumb compartía una devastadora reflexión al respecto, a cuento de Génesis, su mayor éxito en ventas: “Me divierte que leyes pensadas para un pueblo de pastores, rodeado de enemigos, todavía rijan a buena parte de la humanidad”. Estamos colonizados por las ficciones.

La ficción es una poderosa e intrusiva presencia cotidiana, ya sea en forma de libro sagrado, saga intergaláctica o folletín televisivo, que ejerce de contaminante silencioso y los creadores no son indemnes a su influencia, más bien todo lo contrario. La ficción ha desplazado paulatinamente a la realidad como fuente principal de inspiración, y los esfuerzos creativos se están convirtiendo en la imitación de una emulación con una preocupante naturalidad. Para entendernos, si pasamos mucho tiempo en X, el nuevo juguete de Elon Musk, puede que acabemos escribiendo (o peor, diciendo) cosas como “el chiste se cuenta solo” o «¿Qué fantasía es esta?», artificios lingüísticos que homogeneizan nuestro lenguaje por pura mimetización, pero que poco o nada tienen que ver con lo que se habla en la calle. La creación narrativa no puede convertirse en un lugar estanco y desconectado de la realidad como esta red social.

Irra se rebela frontalmente contra los códigos imperantes de la ficción que han alejado a los lectores de lo veraz; de lo real. Quizá por este contexto, la sacudida al enfrentarse a No te Serviré o Perros Atados es aún más impactante, pues nos deja desarmados ante el violento absurdo de la existencia. Nos deja desprovistos de los recurrentes espacios de seguridad de la ficción, del alivio de las languidecientes recreaciones a las que tristemente nos hemos acostumbrado. Un puñetazo en la boca del estómago para el que no estamos preparados.

Todo tiene explicación. Para Irra es irrenunciable hablar de lo que conoce, y esa honestidad se convierte en singularidad cuando indagas en su recorrido vital, una rara avis en el contexto autoral español (y más allá). Si sus ficciones nos impactan y descolocan es porque nos ofrece carne donde antes solo había plástico.

La realidad es abrumadora, disparatada e incomprensible, y demasiados se han empeñado en construir en la ficción un refugio de impostura como respuesta. Por ello, Irra es un bien tan escaso y un fenómeno imposible de replicar. Disfrutémoslo todo lo que podamos.