HATE, el enaltecimiento de la forma.
Otra prescindible reflexión de Mr. Meadows.
Los grandes pensadores clásicos afirmaban que la sublimación del arte se alcanzaba a través de la forma, es decir, era el máximo estándar posible para alcanzar la belleza.
Un cómic no es un grupo aleatorio de elementos sin más. Como unidad narrativa gráfica va ligada inexorablemente a una forma, y esta queda definida por las relaciones de todos los elementos con los que el autor configura la obra. La forma, por un lado, se erige como la expresión máxima de la unidad, que no es otra cosa que la constatación del equilibrio alcanzado por el artista. Por otro lado, adquiere carácter de sistema o totalidad: para muchos, la base conceptual fundamental del arte en la edad moderna.
Adrian Smith construye en ‘Las Crónicas del Odio’ una catedral visual que apabulla desde el primer acercamiento. Un universo retorcido y cruel que logra impactar por su visceralidad. Una propuesta que tira del instinto y el talento de un autor que difícilmente puede contener el torrente de ideas, visiones y pesadillas que han poblado su cabeza durante décadas.
El carácter marcadamente emocional impreso en las imágenes de ‘Las Crónicas del Odio’ nos retrotraen a algunos aspectos del cine expresionista alemán de principios del siglo XX. Además de abrazar lo macabro y malsano, tal y como sucedía en la corriente hermético-metafórica con películas tan representativas como Nosferatu (1922) o Fausto (1926) de F.W. Murnau, una de las metas de Adrian Smith es la creación de potentes sensaciones en los lectores a través del impacto formal, por lo que existe un trabajo categórico de la intención de la imagen por su parte, quedando el fondo estrechamente supeditado a la forma.
Los rasgos expresionistas vienen de la mano de una de las peculiaridades más llamativas de esta obra: la escasa presencia de textos. Los cómics mudos exigen a sus autores un mayor dominio de los complejos engranajes del medio, por lo que es fácil concluir que se trata de un recurso que está fuera del alcance de la mayoría de los autores. Adrian Smith logra demostrar un ágil e impactante uso de los elementos narrativos que tiene a su disposición y apuntala el conjunto con una economía de concisos diálogos armados con precisión al servicio del conjunto.
La fuerza de la imagen espolea la historia, pero no le resta importancia, más bien le sirve de motor. No existe mayor respeto al lector que ignorar sus expectativas y Adrian Smith es absolutamente consecuente con esta premisa. Dentro del tremendo armazón formal que erige en ‘Las Crónicas del Odio’, el autor nos arrebata todos los asideros haciendo volar por los aires cualquier refugio para el lector, pues rompe categóricamente con falsas dicotomías (el bien y el mal) y destroza cualquier posible proyección.
Panos Cosmatos demostró con ‘Mandy’ en 2018 que una idea aparentemente sencilla (e incluso demasiado transitada) podía convertirse en algo único si cabalga a lomos de las imágenes adecuadas. Adrian Smith valida esta tesis con este cómic, una obra mastodóntica con la capacidad de refutar muchas ideas preconcebidas dentro del noveno arte.